martes, 26 de octubre de 2010

Cuatro chicas lindas

Cuatro chicas lindas acaban de entrar al starbucks en donde escribo con mi laptop. Mentira, espera, aguántate solo un ratito. No son lindas, solo parecen. Tres de ellas tienen el pelo lacio, castaño, que cae casual sobre sus hombros. Una de ellas lo lleva amarrado. De edad promedio veintiuno y tez blanca cuasibronceada, las cuatro tienen casacas, chaquetas, blazers o sacos negros con un polo blanco o gris debajo, usan pantalones apretados que se esconden elegantemente en sus botas de cuero o gamuza, y tienen las cabezas adornadas con objetos brillantes en forma de aretes, collares y ganchos. Están hablando sobre qué almorzaron. "Un plato de tallarines rojos, así grande, enorme, qué culpa, estoy gorda". Una, la más fea, tiene un poco de caca de perro debajo de la nariz, o al menos eso parece por la cara que tiene cuando mira a su alrededor. La otra come galletas de una bolsita de plástico, partiéndolas una a una, solo con dos dedos. Otras juegan con su nextel. Una habla por teléfono. Dos toman té verde. Desde el otro lado del vidrio se acerca una nueva chica. Golpea el vidrio, hace una mueca y se ríe. Llega, saluda. Igualita a las demás, hasta que se prende un cigarro. Esta es más rubia, con su plata pero más y se da el lujo de usar media cola y sentarse contra el vidrio. Ella es la abeja reina. Levanta algo de la mesa, lo olisquea. Caca de perro de nuevo. Es una bolsa de té verde, que por qué lo toman. Sonríe, eso no es para ustedes. Una de ellas deja el vaso sobre la mesa. La abeja se sienta sobre el brazo de uno de los sillones, cruza las piernas. Dice algo sobre su papá. Sus zapatos son horribles, tacones plateados con un moño horroroso en la punta. "¡Qué lindos!, ¿dónde los compraste?".


Entra un chico, churro en pantalones cortos de deporte. Veintiuno y de negro también. Pelo corto, bien bronceado, barba de dos días, quijada marcada y piernas fuertes. Se acerca a la mesa con besos para todas, cachete con cachete, excepto para una afortunada que es besada en los labios. Probablemente la única que es realmente linda. Tres minutos son todo lo que necesita para hablar con ella y se va. La abeja reina lo sigue con la mirada. Da una pitada y mira hacia el costado, a la calle, a los carros. Sopla el humo contra su hombro y cierra los ojos suavemente. Parece triste.


Acaban de llegar dos más. Ahora son ocho. No tengo que decir cómo están vestidas ni como llevan su pelo. Creyéndose libres del colegio que dejaron hace ya cuatro o cinco años, de sus reglas y uniformes, no sospechan que su mal llamada libertad las arrastra nuevamente a lo mismo. No han salido de la burbuja. Solo han cambiado de jabón. ¿Qué le pasa a las mujeres hoy en día? ¿Qué le pasa a la gente? ¿A dónde se fue la originalidad? ¿Y de quién es la culpa? ¿Qué podemos hacer para cambiarlo? ¿No sería mucho mejor y rico un mundo en donde todos somos diferentes y raros? ¿Sería más complicado? Preguntas grandes, no trataré de responderlas, no hoy.


Ellas siguen conversando. No me importan mucho pero escribo sobre ellas. No me interesan mucho pero igual las miro. Me quito los lentes, me arreglo el pelo, lanzo un par de miradas fijas. ¿Por qué? Miro para ser visto ¿Por qué? No sé. Dicen que esta mal pero aún no entiendo por qué. No me liga, no me importa. Cruzo mirada con dos o tres, la quitan. Las sigo mirando, les encanta. Si supieran solamente, que esa miel de fábrica que producen comandadas por una chica con zapatos horribles, dulce como es, cansa y sabe a mentira, y las pega juntas como una gran e inatractiva bola de melaza. Me empalaga.


Hoy parezco un poco misántropo, un poco narcisista. Acaba de llegar una más.