domingo, 7 de noviembre de 2010

La Caída

No muchos de su raza hubieran podido sobrevivir a La Caída. Pero ahí estaba él, recostado sobre el suelo arenoso y ceniciento, con las alas quebradas y la mirada fija en un punto lejano en la distancia. Creía que acababa de abrir los ojos después de lo que había parecido un sueño largo y vacío, pero en realidad no se encontraba muy seguro de nada. No recordaba cuanto tiempo había permanecido inconsciente, ni hacía cuanto tiempo había despertado en aquel mundo gris. Giró su cuello adolorido y miró a su alrededor. No había rastros de vida. No había rastros de nada. Miró hacia arriba. Ni un solo astro, nada. Desconocía el firmamento plomizo y artificial que se extendía sobre su maltratado cuerpo hasta el infinito del mundo en donde yacía recostado.

Se puso en pie y dio dos pasos torpes que agotaron la poca energía que tenía. Su cara estrelló contra el piso. Una nube de polvo marcó el lugar de su nueva caída, insignificante remedo de la anterior. Por un momento el mundo desprovisto de color se tornó granate.

***

Despertó muerto de frío, en el mismo mundo en donde se había encontrado lo que parecían unas pocas horas atrás. Nada parecía haber cambiado. No lograba comprender el mundo en el que estaba. El cielo, aparentemente nublado, irradiaba una luz gris tenue que se reflejaba sobre el suelo rocoso y polvoriento, creando una atmósfera umbrosa. La tierra hostil que se extendía bajo su cuerpo lánguido, se proyectaba eterna hacia el horizonte infinito. Su brazo extendido sobre el suelo de aquel desierto frío apuntaba sin sentido a la distancia. Buscó con la mirada, algo, cualquier cosa que sugiriera un camino, para darse cuenta de que la misma nada lo rodeaba en toda dirección. Forzó la visión, buscando algo en el horizonte que pareciera diferente. Todo era igual. Mientras más lejos miraba, el cielo se hacía más oscuro y aún mas incomprensible.

No tenía propósito, ni misión, ni objetivo, ya que todo lo había perdido. Su única certeza era que estaba desnudo y maltrecho en ese mundo ajeno y sin direcciones. Su único consuelo consistía en su al fin lograda libertad. La Caída había sido menos dolorosa de lo que pensaba. Había logrado despojarse de la mortaja de su fe, rebelarse ante la torsión asfixiante de esa absurda convención con más facilidad de la que el mismo hubiera concebido. Rituales obsoletos y tortura mental que de nada servían y que le habían quitado la posiblidad de lograr la tan anhelada felicidad; todos habían desaparecido conforme el aire helado que cortaba su piel le contaba en susurros las horribles verdades del mundo insoportable al que estaba por llegar. Pero el impacto del suelo frío y rocoso lo había destrozado. Magullado por fuera y por dentro, él ahora era libre, libre de construir su propia felicidad, a partir de nada más que el polvo y las rocas del mundo en el que ahora se encontraba. 

Cuando el dolor se hizo soportable, de puso de pie y echó a andar.

1 comentario:

  1. Más allá de la metáfora que estoy seguro transmite el relato, no pude dejar de verlo como el momento en que se rompería la circularidad infinita del Otherside de los RHCP.

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