Últimos días
de internado. Este ha sido el año en que más he aprendido medicina. He roto
paradigmas. Lo que dicen los libros, las guías y las separatas de pregrado no
valen ni pesan cuando no hay recursos. Una sonrisa y un “te vas a sentir mejor” pueden tener más impacto que un ibuprofeno. En
la práctica y con algo de perspectiva, todo lo aprendido pierde sentido cuando
no sirve para ayudar a las personas.
No entiendo
los medicamentos, no entiendo la farmacoterapia. No entiendo enfermedades como
la diabetes o la hipertensión, que son complejísimas y multifactoriales, y
a las que nosotros disparamos al aire con medicamentos probados in vitro y sustentados
con evidencia estadística, ¿cuántas veces alteradas por intereses económicos de gigantes
industriales que contemplan bolsillos antes que pacientes?
El sistema de
salud pública es tan malo que no importa si la calidad de mi trabajo es la mejor.
Siempre he sentido que no soy un buen interno, porque siento que mi trabajo no
mejora sustancialmente la calidad de vida de mis pacientes, y eso me frustra. El
desgaste emocional es inmenso y el impacto es poquísimo. La burocracia es una
empalizada de papel contra la cual me he estrellado cada día, pero no hay solución
en seguir quejándome. Estoy tomando una decisión.
No quiero
hacer residencia o especialidad. No quiero ser pediatra, cirujano, internista
ni ginecoobstetra. No es por engreimiento de no querer tener guardias, no es flojera
ni mediocridad. Me incomoda que la etiqueta de “médico general” o “médico sin
especialidad” se diga con vergüenza, como si el pregrado de medicina no
fuera de por sí mucho más largo y demandante que cualquier otro.
Vengo de una
familia de artistas, filósofos y humanistas, en donde se celebran la vida y la
estética, se respetan la ciencia y la razón, y la creatividad y las ideas son
como el agua y el pan. Dedicar mi vida a cuidar enfermos y verlos morir no me
satisface, me entristece y llena de impotencia.
Pienso que
puedo tener más impacto trabajando con poblaciones que con individuos. Que hay
más verdad en la medicina preventiva y en la promoción de la salud que en la
terapéutica ciega. Que la epidemiología, la salud pública y el control de
enfermedades no son sólo más enriquecedoras intelectualmente, sino que convergen
con política, economía, y antropología, y hacen justicia al renacentismo que
descuido.
Hoy soy
Médico aunque me falten 4 meses de papeleos. Hace siete años al empezar la
carrera me propuse no pasar por la vida sin hacer una diferencia, y hoy lo
constato. Me propongo a dedicar mi existencia a mejorar la de los demás. Eso no
significa que vaya a seguir el camino tubular y prefabricado que dictan la
carrera y los maestros. Solo pido que lo respeten.
Creo que parte de un internado es justamente la posibilidad de decidir el camino a seguir; lo que tu nos cuentas es sencillamente el ratificar tu vocacion, y eso, desde donde se le mire es un exito.
ResponderEliminarSiempre queda camino por recorrer, y recuerda que con el cambiar la vida de solo una persona ya estas teniendo un impacto real en la vida de muchas otras.
Nos leemos.