lunes, 1 de julio de 2013

Cinco muertos y un herido

La hora no es precisa en el servicio Expreso del Metropolitano que sube raudamente por la Vía Expresa en dirección al Centro de Lima. El bus no está ni tan lleno ni tan vacío, y yo espero sentado en algún lado, o quizás parado contra alguna columna. Estoy en la recta final, en un viaje suicida que acabara con mi vida. Hay una bomba bajo el puente Benavides y estoy obligado a morir en el bus en el que viajo. El recorrido ha sido sincronizado: la bomba debe explotar cuando pase junto a ella. Cruzo miradas con un desconocido. No tiene cara, no tiene nombre, no tiene sentido y quizás por eso me cautiva. A pesar de la detonación inminente hablamos. Me distraigo y perdido me divierto.
Pasamos por la Estación 28 de Julio y recuerdo que tengo que enviar la señal de confirmación cuando paremos en Benavides. Pero no quiero. Sé que tengo que hacerlo, pero no quiero. Miro dubitativamente mi celular y lo guardo nuevamente. Y tomo la decisión impulsiva. Basta con pensarlo para cambiar la velocidad. El bus acelera surcando los carriles vertebrales en la vía rápida y pasamos velozmente bajo el puente Benavides. El bus no se detiene. Yo no mando la señal.
Hay enojo en el aire y culpa en mi corazón. Miro hacia atrás desde la Estación Ricardo Palma, y siento la tierra temblar. Una nube de humo envuelve la estación anterior mientras esta se desploma. La gente grita, asustada, los buses caen y los carros se dan vueltas de campana mientras el Expreso en el que viajo sigue alejándose rápidamente.
Inmediatamente escucho por el altoparlante. La cuenta total es de cinco muertos y un herido. Cinco muertos y un herido. Cinco muertos y un herido. Los números se repiten una y otra vez en mi mente desconcertada mientras el bus se aleja conmigo. El desconocido ahora conduce, cada vez más rápido, y cada vez más lejos, y el bus se adentra con mi desconcierto en las profundidades de los Andes.



(Basado en un sueño evidente)

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